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Nuestro viaje a Costa Rica comenzó con una serie de contratiempos. Primero, debido a las cancelaciones de vuelos de Copa Airlines, nuestro itinerario original fue reprogramado. El nuevo itinerario resultó ser un viaje agotador que incluso los viajeros más experimentados hubieran encontrado desafiante. Partíamos hacia Houston, Texas, a las 12 AM, con llegada al aeropuerto a las 5 AM. Desde allí, nuestro vuelo hacia Costa Rica saldría a las 8 AM, con llegada al país a la 1 PM del día siguiente, justo un día antes de nuestra clase.
Otro vuelo sin dormir definitivamente no era lo que hubiéramos deseado, pero era necesario debido a nuestro compromiso con los estudiantes. Además, salíamos de Colombia en mal estado de salud, pues habíamos contraído un resfriado a mitad del viaje, del cual apenas nos estábamos recuperando.
Los contratiempos no cesaban, el viaje fue incómodo y llegamos completamente privados de sueño. Sin embargo, lo que menos esperaba encontrar al llegar a Costa Rica fue que, debido a un complicado problema relacionado con mi nacionalidad venezolana y la extensión de mi residencia en los Estados Unidos, se me iba a negar la entrada al país. Y amigos, eso no fue todo (no lo sabía en ese momento, pero mi tormento acababa de empezar). El oficial de inmigración, muy amable a pesar de las circunstancias trágicas, me explicó que me devolverían a los Estados Unidos, pero el próximo vuelo no saldría hasta las 8 AM del día siguiente.
En ese momento, estaba convencido de que alguien me había echado el «mal de ojo». Estábamos en un punto tan absurdo que una superstición latinoamericana no parecía fuera de lugar para cerrar el día. Solo quiero decir que no se llega a formar una organización internacional con más de 300 colaboradores en todo un continente sin hacer enemigos (aunque sea un pan de Dios, la envidia no escucha razones, qué difícil todo esto).
Tomar la decisión de quedarme solo en el aeropuerto esperando mi vuelo de regreso mientras Alessio continuaba con el viaje no fue fácil para mí. Era una situación intimidante, estaba solo en un país desconocido bajo la custodia de la policía de inmigración del aeropuerto, que no me dejaba ni ir al baño, en un estado de agotamiento extremo y con mi salud deteriorándose. Pero una vez más, me enfrenté a la decisión de darlo todo por mi proyecto y sacrificarme por el bien común, y así lo hice.
Tuve mucho tiempo para reflexionar en esas horas. Me di cuenta de que la vida a menudo es injusta, así, sin más. Por ejemplo, no elegí nacer en un país bajo dictadura, pero estaré marcado por las dificultades que mi nacionalidad trae para siempre. Cuando menos lo esperaba, cuando pensaba que finalmente había dejado atrás una de las experiencias más traumáticas de mi vida, como fue vivir en Venezuela, ¡bam!, termino siendo deportado de un país centroamericano con políticas migratorias ultrarrígidas, casi absurdas, buscando frenar la crisis de los migrantes venezolanos que cruzan el territorio todos los días. Quizás es una certeza desalentadora, sí, pero al menos es algo que me mantiene anclado a la realidad fuera de las comodidades económicas que el primer mundo y la estabilidad económica me han brindado.
El viaje de regreso fue una tortura, no sabía cuánto el cambio de presión en un avión podría afectarme cuando tenía un resfriado y las fosas nasales bloqueadas. Al menos puedo decir que llegué a salvo a mi destino en los Estados Unidos y mi vida volvió al curso de tranquilidad y comodidad a la que me había acostumbrado durante mi tiempo viviendo allí.
Puesto en perspectiva, mi experiencia sigue siendo una de incomodidad privilegiada. Pienso en los migrantes de todo el mundo que viajan por caminos intrincados durante días, incluso semanas, arriesgando sus vidas. Todo por la esperanza de un futuro mejor que puede que nunca llegue, pero cuando uno está en total desesperación, es al menos una luz al final del túnel.
Puedo decir que ese episodio cambió para siempre el rumbo de mi vida. Mi determinación solo se fortaleció porque sé que podemos cambiar el mundo juntos.
Por otro lado, la vida siguió su curso mientras yo estaba en el exilio, así que contemos un poco sobre la experiencia del equipo en Costa Rica. Después del clima templado y la altitud de Bogotá, finalmente regresaban a un clima tropical y de alta humedad. El día antes de la clase, se dirigieron al restaurante Taller de Pizza da Domenico para la preparación de la masa y luego nuestro anfitrión, Domenico Pippieri, italiano de nacimiento pero establecido en el país desde hace más de 20 años, los llevó de tour a diferentes pizzerías por la ciudad.
Costa Rica fue el segundo país con mayor número de participantes, reuniendo a cincuenta y dos estudiantes en solo dos clases organizadas por Reina Margot. A pesar de las abrumadoras dificultades que enfrentó el equipo, con un miembro menos y una sala llena, podemos decir con orgullo que la experiencia concluyó con éxito y que dejamos muy buenas conexiones e interés por más proyectos en el país. A nuestros patrocinadores, gracias por hacer esto posible: Polselli, Latteria Sorrentina, Rega, Gi Metal, San Pellegrino.
También nos sorprendió la presencia de muchas figuras locales e internacionales. En esa clase tuvimos a un futbolista profesional, un motociclista, dos presentadores de televisión y varios influencers, todos con un amor común: la pizza.
En general, nos sorprendió gratamente la bienvenida que recibimos en el país. La estadía fue corta pero productiva, y esperamos regresar y trabajar en más proyectos para promover el crecimiento de nuestra comunidad.
Costa Rica, espero que la absurda burocracia latinoamericana no nos detenga la próxima vez. Esto no es un adiós, sino un hasta luego.